Amigos de Dios, de la Luz y de la Vida! A vosotros que, por vuestra mera presencia aquí, habéis dado muestras de un profundo y perdurable sentido y sentimiento por la Presencia de la Verdad, os
saludo en nombre de la Amada Hermandad de Creta y del Mío propio. También os saludo en el nombre y por la gracia del Ascendido Jesucristo, por cuya presencia, ejemplo, virtud y naturaleza, se me permitió sublimar y renovar mi alma y entrar dentro del Ámbito de los Seres Perfeccionados donde ahora resido. Desde allí me he comprometido a enviar mi servicio, radiación y Presencia toda vez que sea posible para asistir a cualquier miembro de la raza en el conocimiento de la Verdad si así lo desea.
En su gran mayoría, la humanidad no está muy interesada en la Verdad. Está ansiosa de que se le confirme los conceptos que ha desarrollado, los cuales le resultan cómodos y aparentemente agradables.
En su mayoría, la humanidad prefiere la “expiación sustitutiva”, no
siendo siempre bienvenida la presencia de la Verdad cuando ésta sacude los conceptos de las edades y causa un cierto grado de molestia (que siempre acompaña al cambio). Valiente es el hombre
(fuerte y sincero de corazón, así como celoso en su propósito) que desea saber la Verdad, y que no tolerará obstáculo alguno en la confirmación de los mismos errores que están exteriorizados en los mundos individuales y colectivos como zozobra manifiesta.
Conocer la Verdad
Al individuo pensante le resulta evidente el que todo aquel que realice (v.g. “haga realidad”) la plenitud de la Verdad dentro de sí, será liberado por dicha Verdad al aplicarse a las experiencias de su propia vida. Así, dicha persona habrá realizado el enunciado del Maestro Jesús: «Conoceréis la Verdad, y la Verdad os hará libres» (Juan 8:32). Los cuerpos etérico, emocional y mental de la humanidad han estado expuestos a religiones, sectas e “-ismos” de todas clases a través de las edades para contribuir a la receptividad de su alma, en un esfuerzo por producir un patrón perfecto que la conciencia del hombre pueda concebir.
Es solamente cuando el hombre (o la mujer) llega a un punto en que ya no desea que se le confirme las opiniones preconcebidas sino que desea la luz pura de la Verdad, que nuestra Hermandad —la Amada Pallas Atenea y Aquellos a quienes representamos— puede dar la asis tencia cósmica para liberar a tales personas.
Os traigo hoy la presencia y presión de la Verdad Cósmica. A medida que ésta entre a la atmósfera de este salón y pase a través de vuestros cuerpos emocionales, entales, etéricos y fisicos, irá desalojando y eliminando gran parte de una acumulación de errores que vuestra mente externa desconoce totalmente. En el futuro, estoy seguro de que os sorprenderéis ante la claridad con que seréis capaces de proceder en vuestras contemplaciones y aplicaciones...si podéis aceptar Nuestra Presencia, Nuestro Poder y Nuestros Dones hoy. Por favor, sólo sentid por un momento ese Fuego Blanco pulsante que fue el regalo del Espíritu Santo a los apóstoles en aquel primer Pentecostés, surgiendo a través de vuestros cuatro cuerpos inferiores y... ¡SOLTAD! ¡SOLTAD! ¡SOLTAD! En el Nombre del Ascendido Jesucristo, SOLTAD y dejad ir a todo aquello que os aprisiona.
Gracias, amados, por vuestra aceptación.
Tres Seres Divinos
Aun en el mundo de seres no-ascendidos, cuando un individuo le pide a otro la Verdad, ésta es raramente recibida con beneplácito. La Amada Diosa de la Verdad (Pallas Atenea), la Amada Diosa de la Justicia (Lady Portia) y la Amada Diosa de la Pureza (Astrea) —tres de los seres más importantes en el corazón del Cielo— reciben muy poca magnetización del plano de la Tierra. Es que la gente teme a la Justicia, a la Verdad y a la Pureza.
Mediante los decretos e invocaciones que podáis hacer pidiendo que se extraiga el temor y la duda de la conciencia de la humanidad (y a través de la eliminación de gran parte de la sustancia calificada con temor y duda en el pasado), esperamos que estas Diosas puedan descargar la presión de Sus Llamas para liberaros, siempre y cuando
sean Ellas aceptadas y recibidas con mejor disposición, en el futuro, por la conciencia de la humanidad de la Tierra.
La Diosa de la Misericordia, la Diosa del Amor, la Diosa de la Belleza… todas son bienvenidas e invocadas. Sin embargo, las virtudes de Verdad, Justicia y Pureza son extremadamente esenciales para el progreso. Tales Virtudes —así como Sus actividades y los Seres que las representan— se hubieran retirado hace tiempo de la atmósfera de la Tierra de no haber sido, en muchas ocasiones, por una sola corriente de vida que durante una encarnación completa, mantuvo un anclaje en la Tierra de Sus Presencias mediante la contemplación y aplicación. De esta manera, tales individuos mantuvieron una delgada línea de luz, sostenida entre esta Estrella Oscura y ese Ámbito de Luz Eterna donde moran
estas Diosas.
El Discernimiento es siempre necesario para reconocer la Verdad
En nuestras conversaciones informales siempre entretejemos lo suficiente de Nuestra propia experiencia personal para que podáis caer en la cuenta de que el desarrollo de la luz del alma —tanto la felicidad como la lucha— no os pertenece, sino que ha sido pasado a través de todos los que han vuelto a la Perfección de su Estado Divino en la Victoria de la Ascensión, a través de la aplicación auto-consciente.
Ahora resulta fácil mirar hacia atrás a la Dispensación Cristiana. Son muchos los himnos que se han escrito acerca de individuos que no hubieran abandonado al Maestro Jesús de haber estado con Él
en aquel tiempo. El espejismo de los siglos ha hecho que sea fácil separar la figura de Jesús de las masas que vivían y caminaban sobre la Tierra en aquella época. No obstante, hablando ahora como
uno que estaba allí, grande es el discernimiento, grande es la expresión, pequeña es la virtud del hombre que la descubre sólo cuando el flameante meteoro ya ha surcado los cielos y desaparecido en las oquedades más remotas del Universo. Lo sé bien ¡ya que yo fui uno de esos!
Educación erudita
En el tiempo de Jesús, yo estaba encarnado como Saulo de Tarso, siendo más tarde conocido como Pablo.
Fui educado en todos y cada uno de los aspectos de la erudición bíblica; era capaz de recitar las Escrituras de memoria; me conocía todas y cada una de las profecías de Isaías, Jeremías y los otros; era miembro de esa orgullosa y arrogante secta que sabía que el Mesías habría de venir a los “pocos escogidos”y estar entre los sacerdotes…
Sin embargo, ¡la cosa no ocurrió así! Recuerdo bien como discutíamos a menudo sobre la venida del Mesías, ya que Jerusalén
lo esperaba ansiosamente y —pensaba yo— ya habíamos esperado demasiado.
Nosotros, los estudiosos, dedicábamos largas jornadas a pensar en las Escrituras, y las examinábamos una y otra vez. Recordad, también, que en aquel tiempo eran muchos los que adolecían de “complejo mesiánico” —fanáticos que arrastraban hordas de seguidores, y cuyas obras no eran más que cenizas. Fue así que, entre los intelectuales, se propició una especie de concha protectora racional, no sea que fuéramos engañados por los fanáticos del momento. Recuerdo bien cómo un día me puse mi túnica de seda, me perfumé las manos y me puse mis joyas, y me fui a investigar los “desvaríos” de un hombre en el desierto que estaba proclamando la llegada del Mesías.
Recuerdo que, con algo de disgusto personal, me acerqué al borde de la muchedumbre y - contemplé la desgarbada figura de Juan, el Bautista. Convencido en mi fuero interno de que nuestro Rey de la Casa de David no tendría un precursor de tal calaña, mis sentimientos retrocedieron. No fui capaz de ver a través del “disfraz”. He de confesar que nunca contemplé la presencia física de Jesús porque no tomé en serio a Juan, y no lo valoré apropiadamente.
Despertar personal del Cristo
¡La Misericordia fue buena conmigo! En vista de que continué en mi sendero farisaico de destruir lo que consideraba fanatismo (llegando hasta destruir la vida... ¡por cuestión de deber!), la misericordia fue buena al obstaculizar mi camino. La misericordia fue buena al abrir mi conciencia y mi vista al Cristo vivo e inspirador en aquel camino a Damasco.
¿Acaso pensáis, aquellos de vosotros a quienes se os pide que cambiéis vuestra naturaleza, que Yo no sé cómo es la cosa? Un hombre orgulloso, vestido de seda, cabalgando en estilo, lleno de vanagloria de la rectitud propia… ¡repentinamente humillado en el polvo ante la Presencia de un Ser que había vivido en mi tierra, en mi tiempo, y a quien yo no había conocido! ¿Acaso pensáis que cambiar ese modo de vida fue fácil?
Estudio con María
Aún después de esa magnífica Visitación… ¡bueno, la verdad es que nadie podrá jamás entender aquello por lo que pasé! Finalmente, me llevaron a la comunidad de la Amada María, y pasé allí algunos años tormentosos. Al principio, me llené de remordimiento; luego, de resentimiento coloreado de orgullo... sólo
de pensar que estos hombres y mujeres de origen humilde, con manos gastadas por el trabajo, podían hablar tan fácil y libremente de los días y noches que pasaron en la Presencia del Maestro Jesús,
sólo de pensar que yo —que podía recitar las Escrituras de memoria— tenía que oírles los cuentos a esta gente... ¡y recibir de segunda mano la historia del Mesías!
Fue María, la Santa Madre, quien salvó mi cordura en aquel tiempo, por esa Gracia de la cual su Hijo había hablado tantas veces. Fue María Quien me enseñó el Sendero del Amor Divino. Fue María Quien me enseñó lo que más tarde escribí, que podréis encontrar en mis Epístolas en el texto bíblico.
Escribí que lo más grande de todo es el Amor porque yo sabía que así era, habiendo sido —de entre aquella asamblea— el que menos había recibido del mismo. Fue la Santa Madre quien me dio esa conciencia del Amor Divino que me permitió ir hacia adelante y ser un misionero, tanto en sentimiento como de hecho.
Tiempo del Maestroy remordimiento
Vosotros que ahora recibís esta instrucción sois favorecidos por encima de todos los hombres… ¡ya que vivís en la hora de vuestro Maestro! No necesitáis mirar hacia atrás y decir: “Si tan sólo hubiera estado allá…”. Estáis aquí ahora, haciendo estos decretos, a veces a pesar de las contradicciones de la razón.
¡Al menos, lo que habéis hecho ha sido dentro de la Hora Cósmica y no demasiado tarde! El remordimiento es uno de los mayores infiernos de la experiencia, y me alegra que no tengáis que pasar por
eso. Es para obviarle a la humanidad tal remordimiento que hemos venido a los escépticos, a los agnósticos y a aquellos que han sido desilusionados en el pasado.
Tratamos de traerles fe, valor y confianza en toda oportunidad que se presenta, de manera que cuando la humanidad entre a los Salones del Karma y repase la vida que ha vivido, no tenga que decir: “¡Hubiera podido ser!” ¡Perseverad, perseverad, mis amados! Al saber de lo que hablo, os puedo decir: ¡Perseverad en el Amor y os podréis poner la Corona de la Victoria y la Vestidura Blanca! Gracias
Maestro Ascendido Hilarión